Autor: Emerald-Parallax » Domingo, 30 Octubre 2011, 11:33
Dentro de un saco de dormir, sobre una esterilla, con un compañero que respira profundamente, en una tienda de campaña plantada ante un monte más alto desde el que se ve a no pocos kilómetros a lo lejos según se mira en dirección contraria, cerca de un riachuelo, bajo unos grandes quejigos, o casi, sin ruidos de civilización, a un rato andando del pueblo mas cercano, cerca de la naturaleza menos conocida de un pequeño rincón de la campiña autóctona. Aquí estoy ahora. En un saco de dormir, sin poder dormir. Lástima que no este en garantía para poder devolverlo alegando publicidad engañosa. Si es un saco de dormir y no puedo dormir es obvio que el mecanismo del producto esta fallando, con lo que tendrán que revisarlo o cambiarle las baterías.
Fuera hace frió. Dentro también, no me voy a engañar, a pesar de las plumas del saco. El ánade que las cedió desinteresadamente para su uso industrial seguro que esta peor que yo. Al menos hay que reconocer que la oscuridad es total, y si no fuera por los típicos sonidos nocturnos de un bosque normal, tales como los que vienen de la tienda que esta a unos 4-5 metros, donde se esta llevando a cabo el derecho matrimonial, sigilosamente he de admitir, se darían las condiciones perfectas para poder echar un sueñecito. Claro que cambiar la esterilla y el saco por un buen colchón y aun mejor nórdico, al que otro ánade ha cedido mas plumas al mismo interés que al saco, seria ya lo ideal. Lo perfecto seria que pudiera dormir, aunque fuera sobre un colchón de fakir.
Mientras espero que el matrimonio termine con su labor para poder salir aunque sea a estirar las piernas, voy dándole vueltas a como demonios hemos venido a parar aquí.
La culpa la tuvo una buena comida, una parrillada hecha sobre las brasas del mismísimo infierno, o casi. Bueno, puede que la culpa fuera de la sobremesa, con sus juegos de mesa por equipos y sus licores. O de la merienda. Estoy casi seguro que de la cena no fue. De lo que ocurrió después no recuerdo demasiado. Siendo sinceros, no recuerdo casi nada, y lo que recuerdo, no me da para llenar varias horas de vacío. Empecé vendiendo helados gritando por la calle ofreciéndolos como si de un loco cualquiera me tratara, tras tomar prestado un cartel de una tienda que no lo debía necesitar, ya que a la 1 de la madrugada nadie en su sano juicio toma un helado. Tras vender todas las existencias de helados, nada, hasta esas horas tontas de antes del amanecer en el que los garitos están cerrados y te quedas con la cuadrilla charlando sobre cualquier tema. Ehm, bueno, la cuadrilla estar esta, o casi todos al menos, y de los que estamos, no todos estamos en condiciones de razonar y de hablar con inteligencia, y menos al mismo tiempo. Alguno incluso puede que este bailando en medio de la plaza cantando a voz en grito mientras hace equilibrios con el último cubata que ha conseguido que le sirvan.
A medida que el amanecer va rompiendo se va recuperando la gente, sobre todo en cuanto a consciencia se refiere. Claro que un “por que no nos vamos de acampada” y un coro de “sí” “sí” “sí” podría llegar a demostrar que esa consciencia recuperada aun deja mucho que desear. Después llega el momento del desayuno, que ríase usted de las cabras y de su dieta en comparación a lo que puede comer un ser humano tras una noche de fiesta. Nos plantamos entonces en ese bonito dilema que se ha ido transmitiendo de generación en generación y que en algunas zonas ya es una tradición: Irse a la cama a dormir, como un cobarde, o aguantar la resaca despierto como una planta haciendo la fotosíntesis: Sentado al sol sin hacer nada.
Pasan los días y aquel que tiro la piedra sigue que baje ladera abajo. Nadie dice que no, con lo que al no haber ningún problema con las fechas, henos aquí.
Lo curioso del caso es que servidor ha tenido no poco contacto con tiendas de campaña y acampadas. Recuerdo, hace muchos años, cuando en cierta sucursal bancaria, actualmente patrocinadora de un equipo de baloncesto de elite, al hacer determinada operación te regalaban una tienda de campaña estilo canadiense. Supongo que seria un lote completo de equipo de acampada, lo mismo que en otras ocasiones dan cazuelas, mantas o cuberterías. La cuestión es que yo de pequeño ya venía torcido, y travieso, lo que se dice travieso, no lo era; era inquieto eufemísticamente hablando, o simplemente, un pequeño delincuente. Ya contare otro día las gestas a corta edad, algunas de las cuales suelen salir frecuentemente en las celebraciones familiares, para bochorno mío. Afortunadamente, no son pocas las que son desconocidas para mis seres mas allegados.
En la sucursal en cuestión, para aquello del marketing, al lado de un par de sofás y donde solía estar una mesita de cristal habían montado, sobre una tarima, una de las tiendas de campaña de la promoción. Era la típica tienda para 4-5 personas, azul y naranja. Mientras mi madre iba a hacer alguna operación con el cajero, la tienda ejercía tal influencia sobre mí, que no me resistí a acercarme a ella. Seguía atrayéndome, con lo que abrí la cremallera para ver que había dentro. Y una vez la cremallera abierta, no entrar era cosa de niños tontos, así que yo como no soy tonto, entre. Pero es que hice algo más. En algún momento debí de probar la estabilidad del montaje de la tienda y comprobé que era muy deficiente: Se me cayó encima. Fui rescatado, aunque no lo necesitara, por mi santa madre y el cajero, y el asunto no fue a mayores. Posteriormente me entere de que no pudieron volver a montar la tienda porque el montador, al parecer, se encontraba de baja, y ninguno de los trabajadores de la sucursal subieron deshacer lo que yo había hecho. En aquel momento ya debería haber empezado a sospechar de las cajas, a pesar de que esta que digo sea uno de las menos expuestas.
Cuando haces la mochila siempre se hace con alegría. Piensas en que tienes que llevar, en que quieres llevar, y con cuánto peso estás dispuesto a cargar montaña arriba. Por regla general, este ultimo punto pasa bastante desapercibido hasta que llevas media hora de caminata y empiezas a pensar en que puedes abandonar en el monte sin que su perdida sea irreparable a fin de aligerar la carga. En aquel trance me planteaba dejar el saco y la esterilla. Total, para el uso que les iba a dar… Eso si, tendría que dar explicaciones, y si bien los que sufrimos de insomnio podemos aceptarlo y asumirlo, no es cosa tampoco de ir pregonándolo a los cuatro vientos. Algo similar a las hemorroides.
En mi turno de cargar la tienda de campaña, esta que ahora me acoge, y que como aquella, es de estilo canadiense y no de esas tipo iglú que abriéndolas ya están montadas, recordé aquel viaje de estudiantes y estudiantas, en los años en que debería estar haciendo el servicio militar obligatorio, a lo largo de Gran Bretaña, donde parábamos en campings, recorriendo la isla de sur a norte, y luego de norte a sur. Muchas de esas noches es preferible que se queden alli donde estén, mas no una que hicimos cerca de Inverness, a los pies del lago Ness y del monstruo que no vimos. Lo que si vimos fueron vacas y toros de gran pelaje y aun mayores cuernos. Debían de sentirse muy solos, pues no importaba lo lejos que estuvieran las distintas manadas, que al vernos, se acercaban en estampida. Menos mal que sabían donde estaban las vallas, lo que no impidió que algunos de nosotros retrocediéramos 2-3 metros, no por miedo, si no por tener una mejor perspectiva de un grupo de 30-40 vacas y toros corriendo en la dirección en la que te encuentras a gran velocidad.
En aquella tierra es donde me inicie como cobaya del arte del hipnotismo y del viaje astral de manos de una linda muchacha. La cosa era que te tumbabas, te hablaba y te hipnotizaba o simplemente tu consciencia abandonaba tu cuerpo material y se dedicaba a vagar por los alrededores del Universo. No recuerdo haberme alejado demasiado de la muchacha ni de su voz. Ni que decir tiene que tampoco logro que me durmiera. Al menos no hipnotizándome.
Antes de venir aquí estuve investigando un poco por la red para ver si recordaba como montar bien la tienda. Di con una página que la verdad, no tiene desperdicio. Seguramente la hicieron un grupo de scouts o chavales de agrupaciones juveniles de estos con toda la buena intención del mundo, y puede que hasta se ganaran alguna insignia por ello, pero no puedo dejar de pensar en lo que leí. Más o menos, de memoria, esto es lo que decían:
1. El lugar más adecuado preferiblemente debe ser un poco inclinado para que las lluvias corran, libre de maleza, tierra seca, piedras y lo más importante de hormigueros. Las lluvias no corren, caen. Otra cosa es que lo que deba correr sea el agua de la lluvia al llegar al suelo. Lo de la tierra seca es importante, no se le vaya a ocurrir a alguien montar la tienda en medio del río. O dentro de un pantano. Lo de las piedras toda la razón del mundo. Y lo del hormiguero, entiendo que se boicotee al programa de Motos, pero creo que el grupo exagera.
2. Si el sitio tiene maleza, realizar una limpieza del terreno. Yo recomendaría escoger otro terreno, mas que nada porque si los que acampan son urbanitas, pueden empezar quitando maleza y terminar desforestando el bosque.
3. Si tiene piedras se recomienda quitarlas. Las piedras pueden romper el suelo de la tienda y molestar durante el sueño. Je, pues como alguno se ponga a quitar las piedras del monte, que no le pase nada. Lo mas sencillo, elegir un terreno donde ni tengas que quitar maleza ni piedras. Y por supuesto, que este a una distancia considerable del agua.
4. Cuando hay un hormiguero se aconseja buscar otro terreno. Esto me tiene intrigado. Es decir, que si es maleza o piedras hay que quitarlas, pero el hormiguero hay que dejarlo. Se ve que convencer a las hormigas de que se retiren unos metros más no da resultado. Tengo que buscar la web y ponerme en contacto con ellos para saber si es porque montando la tienda encima puedes aplastar a las pobres hormiguititas o porque si no lo haces, te comen.
5. Al escoger un sitio inclinado debemos colocar la puerta de la tienda hacia la parte más baja y la parte de atrás o ábside hacia la zona más alta. Esto no lo entiendo muy bien. Vale que a la hora de montar la tienda elegir un terreno ligeramente inclinado si es una buena opción, y en este caso, la entrada debe estar algo mas baja que el ábside. Eso si, en pendientes mas pronunciadas es exactamente al revés, ya que si no, cada vez que entras o salgas todos los bártulos se te van montaña abajo.
Me voy por las ramas. Tenía una relación especial con mi almohada. Digo tenia porque hace poco la he tenido que cambiar con todo el dolor de mi corazón porque estaba muy vieja y era mas una alfombra ancha que una almohada mullida. Durante demasiados años ha sido mi compañera de insomnio, confidente secreta de mis secretos, receptora silenciosa de mis lágrimas, amiga de mis desvelos. Aparte de insomne y de otras muchas cosas mas también soy maniático, por lo que no debería llamaros la atención si os cuento que hace unos años me la lleve conmigo a un par de viajes. ¿Si la reina de Inglaterra puede viajar con su cama por que no habría yo de poder llevarme la almohada? No estoy tan mal ni soy tan maniático para traérmela aquí, al monte, sobre todo porque seria una carga mas voluminosa que pesada con la que no estaba dispuesto a cargar. Maniático si, pero hasta cierto punto. El problema viene cuando a la hora de acostarte, aunque sepas que no vas a dormir, necesitas poner algo en el cuello para sujetarte la cabeza y en una acampada, toca improvisar. Coges la bolsa del saco de dormir y comienzas a buscar en la mochila toda clase de objetos, blandos a ser posible, para rellenarla y darle volumen. A la tercera vuelta sin encontrar nada útil, empiezas a buscar objetos no tan blandos. Para darle volumen metes las playeras. Con las botas ya te puedes apañar. Los calcetines van detrás. Es un buen saco de dormir y no vas a pasar frió con él. De modo que metes la ropa excepto la que vas a usar durante la noche. El resultado es a las almohadas como Frankenstein lo puede ser al ser humano. Como no hay nada más, hay que aceptar pulpo como animal de compañía.
De modo que aquí estamos, tumbado boca arriba, embutido en plumas de ánade con las zapatillas y la ropa como almohada, todo a oscuras y al parecer, en silencio. Decido esperar un poco en esta posición. Ya no me llega nada de la tienda de al lado. De la que esta mas alejada hace tiempo que no se oye nada. En la noche, algunos bichos salvajes se dedican a hacer su vida, o puede que sea el viento. Como ya empiezo a estar harto de la situación, me empiezo a levantar. Problema numero 1: El tejido del saco de dormir hace más ruido que las bolsas de los supermercados enrollándolas y desenrollándolas en días de huracán. Pongo en marcha la táctica del ladrón de panderetas y antes de que cante el gallo logro salir sin despertar al colega. Problema 2: Toda mi ropa esta en la funda del saco y entre tanto meneo la he perdido. Pienso en lo gilipollas que debo parecer: Medio desnudo, sin poder encender la lámpara, buscando la ropa. De todos modos, un poco cansado ya, opto por encender brevemente la luz y con rápidas ráfagas confiar en encontrar al menos los pantalones. Problema 3: No encuentro la lámpara. Sin embargo, encuentro la ropa. Problema 4: Vestirse a oscuras en un espacio reducido procurando no hacer ruido no lo hago todos los días. Afortunadamente, porque si no terminaba en el hospital seguro. En el proceso tropiezo con la linterna. Rectifico, mas que tropezar, se me clava entre las costillas. Problema 5: Doy gracias por llevar gafas y no poder llevar lentillas. Las gafas las tengo dentro de las botas, fuera. Problema 6: La cremallera. Me lleva un rato decidirme entre abrirla de golpe y hacer mucho ruido en un corto espacio de tiempo o abrirla lentamente y hacer poco ruido durante mas tiempo. Me inclino por la segunda opción y, para minimizar riesgos, abro lo imprescindible para arrastrarme al exterior. Fuera hace un frió terrible. Meto el brazo y saco el saco de dormir, que me lo hecho por encima. Noche preciosa, estrellada, con el suave murmullo de la naturaleza y todo lo que queráis, ¡pero que frió! Ya que estoy fuera aprovecho para aliviar la vejiga.
La luna o no sale esta noche, o ha salido ya o saldrá más adelante, con lo que ver, lo que se dice ver, no mucho. No hay ningún camino de ladrillos amarillos que marque la dirección a seguir, de manera que paso entre dos árboles en busca de un tercero, teniendo cuidado de alejarme lo suficiente pero no demasiado. En la naturaleza salvaje hay varios peligros comunes: Perderse en el monte, morir de frió o ser devorado por algún animal salvaje como ardillas, tejones, osos o rinocerontes. Claro que el mayor peligro es perderse, morir de frió y ser devorado por los animales salvajes. Pensándolo mejor, es bastante peor ser devorado parcialmente por los animales salvajes, perderse, pasar frió y ser terminado de devorar por los animales salvajes. Y luego morir.
Encuentro el campamento sin excesivas dificultades, a pesar de llevar el saco echado por la cabeza. Vuelvo a entrar y ya paso de quitarme la ropa, rehacer la almohada y demás. En la eterna discusión campera de si la postura adecuada es con la cabeza o los pies mas cerca de la entrada, tomo partido por la segunda opción. Vale que el olor al fondo es peor, pero en caso de que algún maleante decida burlar las medidas de seguridad consistentes en una cremallera que al abrirse hace ruido y atacarte con un martillo para machacarte el cráneo, se va a llevar una decepción al encontrarse con tus pinreles en el lugar de la cabeza.
El resto de la noche pasa lánguidamente. A medida que voy pasando calor me voy despojando de prendas de vestir. El cuello me duele porque las zapatillas no son ergonómicas para el cuello. Con lentitud el alba se adivina. Es entonces cuando la naturaleza despierta, no al canto de un gallo como podríamos pensar, si no con el cencerro de las vacas que han venido a pastar entre las tiendas.