- A cenar Alnara!!
Ésas serían las últimas palabras que escucharía Alnara de su madre, aunque eso ella todavía no lo sabía.
Ese día, andaban Alnara y su hermano correteando por las lomas cercanas a su pequeña granja, en el Bosque de Elwin. El tiempo era bueno, como solía serlo en aquella época del año. Ese día además Alnara y su hermano se habían ganado ese rato de juegos. La vida es dura en una pequeña granja, si quieres sobrevivir...
Pero esa noche, todo iba a cambiar. Una sombra se deslizó alrededor de la pequeña casa al lado de los establos, donde William Landers se encontraba partiendo leña para la chimenea. Un rápido destello a la luz de la luna, seguido de un hediondo olor a cloaca y carne putrefacta inundó la pequeña leñera.
Y un grito sesgó la noche. La madre de Alnara y Joram había visto algo que heló su sangre en las venas. Un muerto viviente con una extraña marca en el pecho se encontraba succionando la sangre que escapaba del cuello de su marido muerto, abierto casi de oreja a oreja. Fue lo último que vio. Jamás se imaginaba que un engendro del averno sería tan rápido. Un nuevo destello, una nueva vida sesgada.
Alnara y Joram, a pesar de su tierna edad (tenían respectivamente 5 y 6 años), corrieron hacia sus padres. En cuestión de segundos, una segunda sombra surgió de detrás de los establos, dijo algunas palabras en una extraña lengua y un horroroso ser apareció de la nada como por arte de magia. El ser agarró a Joram y desapareció tal y como había aparecido. La segunda sombra se retiró, no antes de que Alnara vislumbrase la misma extraña señal en su pecho: una estrella de cinco puntas con un dibujo similar a un tridente en su interior. El primer muerto viviente, el que había asesinado (y casi devorado) a sus padres, se lanzó sobre Alnara. Sin embargo, algo extraordinario sucedió esa noche. Alnara inconscientemente lanzó un grito casi sobrehumano, a la par que un extraño resplandor blanquecino cubría su piel. En menos de lo que un pequeño insecto bate las alas, el resplandor abandonó la piel de Alnara para dirigirse como un rayo hacia el no muerto, que cayó fulminado al instante. Alnara caía desmayada...
Un par de horas más tarde, despuntando el alba, un enano pasó de casualidad por la granja de los Landers. Seguía la pista de un oso y sus pasos le hicieron llegar allí.
Lo que vió le destrozó el alma. Dos humanos adultos con el cuello seccionado, uno de ellos (el varón) además parecía que había sido desangrado a conciencia.
No lejos de allí, una pequeña niña humana muy pálida, en el suelo, aparentemente muerta también, rodeada de una serie de restos putrefactos. Apenado, un pequeño ruido llegó a su fino oido, un leve roce contra la hierba. Volviendose alerta, temiendo que lo que había atacado a aquellos infelices siguiese por allí, vio que una de las manos de la pequeña estaba en una posición algo distinta. Brumenor, como buen cazador, siempre registraba hasta el último detalle del entorno que le rodeaba.
Acercándose a la pequeña, el joven enano acercó la bruñida superficie de su escopeta, notando que una parte de la misma recogía un leve empañamiento. Por todos los dioses, ¡aqueña pequeña estaba viva aún!.
Brumenor recogió el pequeño cuerpecito de la niña, y llamando a su mascota (un pequeño tigre blanco que se había encontrado desvalido cerca de su hogar en forjaz) puso delicadamente a la pequeña en su lomo, susurrando al oido del tigre que permaneciese tranquilo. Despacio, evitando cualquier encuentro con los perversos defías que poblaban el bosque, se encaminó hacia la cercana ciudad de Ventormenta. Allí se dirigió a la catedral, donde sabía que los piadosos sacerdotes cuidarían de ella. Y así fue. Dejó allí a la niña no sin antes relatar lo que se encontró en mitad del bosque aquella noche.
Cuando despertó, Alnara no recordaba nada de lo que había sucedido aquella noche. Sólo que de alguna forma sabía que sus padres habían muerto, y su hermano no estaba por ninguna parte. Los monjes piadosos no tuvieron el suficiente ánimo como para relatarle la historia que les había contado el joven enano...
Algunos años más tarde, en una noche de luna llena, Alnara salió a dar una vuelta por la entrada de la ciudad. Al llegar a un pequeño riachuelo, un escalofrío recorrió su espalda. Sin darle mayor importancia, siguió caminando.
-¿Por qué sólo yo me compadezco de las víctimas? ¿Por qué yo veo las injusticias que a otros se les escapan? ¿Por qué me inquieto tanto cuando el mal está cerca? ¿Soy yo una fanática?
Todas estas preguntas se las hacía la joven de pelo rubio mientras se apoyaba en la barandilla del puente de la plaza del mercado.
Cada día se atormentaba más con estos y otros miles de pensamientos. No bastaba con ser diferente a los demás habitantes de la ciudad,
aparte era diferente en alma y corazón. A veces ella misma pensaba que estaba loca, que el hecho de sentirse enferma cuando el mal acechaba era cosa de su imaginación o su locura. Otras veces pensaba que tenía un don. Sólo sabía que su propio nombre, Alnara, se le había puesto por alguna razón.
Sus padres, humildes campesinos dedicados toda su vida a la granja, nunca habían podido contestarle ninguna de estas preguntas, no les dio tiempo antes de morir.
Una mano amiga la sacó de sus ajetreados pensamientos. Al darse la vuelta, el joven caballero con el que se había entrevistado anteriormente se dirigió a ella con una cortés sonrisa:
-Su prueba para entrar definitivamente en el Cuerpo de Paladines de la Mano de Plata como escudera y aprendiz ha sido satisfactoria, mi señora. Tan sólo le queda ya un año de formación, en el que se le mandará fuera de Ventormenta para arreglar un asunto sin ayuda ninguna; así demostrará su capacidad de diplomacia, combate y autodeterminación. Hemos detectado varios focos de maldad en diferentes partes del continente, muchos secundarios a prácticas necrománticas. Estamos mandando a nuestros más antiguos aspirantes a resolver estos conflictos. Si consiguen arreglar la situación, serán miembros de pleno derecho del cuerpo de Paladines.
El caballero la miraba con respeto pero Alnara no podía evitar sentir una extrañeza en su mirada, tal vez curiosidad, tal vez recelo.
-¿Cuál será mi destino, señor?- preguntó finalmente Alnara tras un largo silencio.
-No tendrás un destino predeterminado. Recorre el mundo, hazte merecedora del poder de la luz y vuelve cuando hayas completado tu búsqueda
Tu búsqueda. Durante los años que había permanecido en la catedral al cuidado de los sacerdotes siempre se habían referido a esa supuesta búsqueda. Sin más información. Sin más detalles. Su búsqueda. En su mente, únicamente un extraño símbolo, mezcla de una estrella de cinco puntas con una especie de tridente en su interior, colmaba sus más extraños sueños.
Su búsqueda... quizás estaría relacionada con aquel símbolo. Encogiendose de hombros y con una sonrisa, Alnara salió de Ventormenta.
Al menos, buscar ese símbolo podría ser un comienzo...